Pesa más su liviana presencia que cualquier atisbo de lógica humana. La insistencia del despertador, y no las ganas de amanecer, te levantan de la cama. Un café con leche humeante te concede un instante de placer, felicidad y tranquilidad absoluta. Si fuera siempre tan fácil. Te lamentas. Son las 7:45 de la mañana. No empiezas bien la semana.
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