divendres, 15 de juny del 2007

¿Qué coño hago yo en Bruselas?(I)

Dejar Bruselas. Despedirse de Bruselas. Odiar Bruselas. Amar Bruselas. Divertirse en Bruselas. Aburrirse en Bruselas. Trabajar en Bruselas. Emborracharse en Bruselas. Enamorarse en Bruselas. En definitiva, vivir (en) Bruselas.

Interludio:


Siempre he tenido múltiple conflictos para titular. Cómo llamar el blog? Andreu World? Esta entrada mismamente. La iba a llamar Cosas de Bruselas. Nombre más soso imposible. Podría haberme unido a la moda mimética que se dedica a reformar títulos, tipo “Cosas que hacen que Bruselas merezca la pena”, dándomelas de cinéfilo ocurrente. También había optado por un Dejar Bruselas. En fin, que al final me he ido por otra vereda. Juzguen ustedes.
La pregunta me la hice hace algo más de 3 años. Desde luego, siempre había tonteado con la idea de abandonar Valencia, al menos por una temporada, y vivir en el extranjero. Pero Bruselas nunca estuvo entre mis opciones. Ni Bélgica. Creo que si hubiera hecho un listado de 20 ciudades europeas ni la hubiera mencionado.


Sea como fuere, por avatares del destino o simple azar, di con mis huesos en Etterbeck allá por junio de 2004. Y no abandoné “ese maravilloso barrio” (Lorena sic) hasta hace medio mes. No creo en el destino. Más que nada porque el destino viene a ser una concepción que habla de una determinación hacia el futuro, pero siempre conceptualizada sobre el pasado. Quedaría muy bien decir que estaba predestinado a vivir en Bruselas: encontrar una profesión, amistades para toda la vida, enamorarme y conocer a la madre de mis hijos. Una paradoja que no me vale ni convence.
Sin embargo sí que creo en las personas, pese a sus contradicciones y su autodeterminación (por no llamarlo egoísmo). Y en Bruselas he conocido seres humanos de la cabeza a los pies. De los que están o estuvieron.

Dejar Bruselas. Volver a Valencia. Lugar común: deseamos lo que no tenemos. Viviendo en la tierra de los belgas añoraba Valencia. Me parecía el mejor lugar para vivir, trabajar y pasar el resto de mis días. Curiosamente, ahora que he vuelto, ya no me parece tan maravillosa y, comparada con Bruselas, me parece que podría perder un combate a los puntos si hiciera una comparación minuciosa.

Derrotado por el calor, el ruido, el tráfico, los gritos vecinales, la pelea por un hueco en el sofá…encadenado. Recuerdo a ese joven que con sus auriculares deambulaba por Valencia soñando el día que saliera de la ciudad a conocer el mundo.

La vuelta de mi Orgasmus fue similar. Pero aquella vez los motivos eran mayores. De una intensa vida de “placer” pasé a un agujero negro, negro: exámenes, licenciatura y la nada. Una vuelta obligada.

Los tiempos han cambiado. Mi vuelta ha sido una decisión, muy meditada, pero voluntaria. Estoy aquí porque he querido (y quiero). Eso hace más duro el contraste. La contradicción pura.

Durante largos y duros meses de invierno, Bruselas me parecía una prisión que no podía abandonar. Luego todo cambió. O tal vez sea ahora, cuando la recuerdo como una ciudad verde, llena de rincones bellos y peculiares. Con personajes entrañables. Con momentos inolvidables regados con la mejor cerveza. Por no hablar de la música. Tan accesible. Tan lejana y prohibitiva en Valencia.

Bruselas es una ciudad gris, húmeda y contaminada. Pero también acogedora, tremendamente viva. Accesible. Llena de gente disoluta. Están todos como una cabra, pero a la vez son abiertos, con inquietudes. Y libres. Tienes una nueva familia (llámenle secta), pero que con tus afinidades. Con la que puedes encogorzarte sin problemas.

Si tuviera que recordar Bruselas por 3 cosas no dudaría: las posibilidades que cada día te ofrece, la gente que me rodeó y tú, Celsa. Es lo que merece la pena. Todo el estrés laboral, el mal tiempo, la provisionalidad, las colas, los horarios y las resacas ya son anécdotas que revestidas por el tamiz de la distancia recuerdo con cariño.

Hasta ahora no lo había pensado. ¿Os dais cuenta? Dentro de 5, 20, 45 años… Hablaré de Bruselas como la vieja de las “Chicas de Oro” hablaba de su pueblo en Saint Olaf. Como nuestros padres de la mili. De aquel lugar donde conocí a mi mujer. De aquel lugar donde viví unos años felices. Quizás los más felices de mi vida. Es duro dejar Bruselas. Adiós Nunca Jamás.

3 comentaris:

Esquife ha dit...
L'autor ha eliminat aquest comentari.
Esquife ha dit...

Ey, Xapax, ya te has lanzado al mundo del blog... Mmmm, dicen que la vida media es de unas semanas, ahora no recuerdo cuántas. Me suelen cansar las grandes parrafadas, pero ésta la he leído hasta el final. Muy buena la foto, pero no cuela, te he visto dormir en calzoncillos, y no eres Amélie. :-D

Un abrazo.

Anonimo ha dit...

Bien "Botas"...bien

Benvinguts! Welcome!

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Abadia de Thuin